“Envejecer es matemáticamente inevitable”, explica la bióloga evolutiva Joanna Masel. “No hay ninguna salida, ni lógica, ni teórica ni matemática”.
El envejecimiento se produce porque las células van perdiendo sus funciones poco a poco. Los melanocitos dejan de producir pigmento y el pelo se vuelve gris. Los fibroblastos dejan de producir colágeno tan abundantemente y la piel pierde elasticidad haciendo que salgan arrugas. En teoría, la ciencia debería de lograr reparar estos procesos modificando el ADN para que las células sigan operando como si fueran jóvenes indefinidamente. En otras palabras, lograr que todas las células funcionen como si fueran sanas. Sin embargo, eso lleva de manera inevitable a un segundo problema: competencia y multiplicación celular descontrolada.
Masel y Nelson aseguran haber demostrado que, a largo plazo, la propia competencia celular en organismos multicelulares hace que, si detenemos la formación de células no funcionales, las que sí lo son acaben mutando por competitividad, dando lugar a la aparición de cáncer.
Detener la formación de esta enfermedad implica aceptar que haya células que pierdan sus funciones. No se pueden tener ambas cosas. Nos queda la esperanza de que, como otras veces que las matemáticas han declarado imposible algo, llegue un punto en el que alguien demuestre que simplemente no habían hecho los cálculos adecuados.
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